Vi esos ojos columpiándose de un meteorito,
incandescentes, implacables y mágicos.
Reía esa voz tras la luna, magnética música.
Sus senos derramaron leche, la sal de aquellas lágrimas la secaron.
Artemisa, has llamado a tu hijo.
Turbio rio! potente es tu rugir, gentil es el líquen que visten tus piedras.
Bravo, divino y sabio, otra vez nos encontraremos, mi padre verde de siete caras.
En el templo designado, abandonaremos los cuerpos y lloraremos el alma.
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